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Abuelo, ¿tú viviste la Guerra
Civil?
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Sí hija.
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Me cuentas algo, abuelo?...
¡Abuelo!... ¡Abuelo!... ¿Por qué lloras abuelo?
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Por nada, hija ¿qué quieres
que te cuente amante?
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Lo que pasasteis Manolo y tú,
¡qué le vas a contar a la nieta!, lo que pasasteis
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¡Ay! – suspira la abuela.
“Cuando tenía
yo 4 años y mis hermanos 3 y 5, la Guerra Civil nos quitó a nuestro padre.
Alguien les avisó de que se escondieran él y su hermano, pero no quisieron
porque no habían hecho nada malo…
La Guerra
Civil, amante, no sé quién la puede entender, una guerra entre vecinos, entre
amigos…
Así le pasó a
mi padre, un vecino vino a por él y luego le penó haberlo hecho.
De camino a
Logroño mi padre le preguntó que por qué lo habían detenido y ellos le
contestaron que porque sabía mucho. “¿Y eso es malo?”, preguntó mi padre. “Para
ti no”, le dijeron “pero para nosotros sí”, le contestaron. Y es que tu abuelo
Miguel era una persona muy avispada en letras y a esos era a los que perseguían
porque no les convenían. Y en la carretera de camino a Logroño, entre El Villar
y Ausejo, en la cuneta los fusilaron y allí los enterraron. Mi padre tenía 29
años y su hermano 27; así que nos criamos con el abuelo Faustino y la abuela
Kika que se quedaron con dos hijas viudas y los cuatro nietos… pero nunca nos
faltó de nada, aunque tampoco nos sobraba, siempre había algo del campo para
comer. Mis abuelos fueron unas buenísimas personas ¡y qué paciencia tenían con
los cuatro chiquillos! Pero había mucho respeto, hija, mucho. Nos enseñaban a
decir siempre “buenos días” y “buenas noches” y a ofrecer el sitio a los
mayores… si no, “cosque” y aprendíamos hija, y había más respeto que ahora.
¿Y sabes? Los
mismos que nos quitaron a nuestro padre fueron los primeros que vinieron
después a buscarnos para ir a trabajar para ellos. Y muchos días íbamos porque
nos daban algo de comer, y con 9 años nos buscaron algunos más ricos para
darnos un jornalillo, poca cosa, un par de gavillas, un zoquete de pan o alguna
perrilla. Y a los 12 años ya entré de continuo en una casa a trabajar y se
portaron muy bien conmigo y mis hermanos, y nosotros con ellos.
Cuando nos
quedamos sin padre no se preocupaban por nosotros, de darnos enseñanza así que
íbamos a la escuela sólo cuando llovía y hacía frío. A mí me mandaban
aprenderme la lección y yo me la aprendía muy bien pero, a la mañana siguiente,
venían a buscarme para trabajar y… aquella lección no iba a ninguna parte. Pero
el abuelo Faustino y la abuela Kika, que no sabían leer ni escribir, nos
animaban y nos mandaban leer todas las letras que veían: papeles de caramelos,
los letreros de las tiendas de Calahorra… Tenían ilusión porque aprendiéramos
pero la necesidad podía más y, por último, había que trabajar.
Así era
nuestra vida, hija ¿entiendes amante? Las guerras civiles han hecho mucho daño,
¿sabes? Nosotros tuvimos que pasar muchas cosas malas. Mi madre tenía que andar
16 Km para ir a trabajar y se quedaba allí toda la semana. Volvía el sábado
para hacer las labores el domingo y el lunes volvía otra vez andando a
trabajar. Todo esto hemos pasado… Y es que las guerras siempre las pagaban los
mismos… la clase trabajadora porque son los que más reclaman derechos de la
vida. Por últimas la vida necesita lucha, hija, llega un momento que el pueblo
se encuentra tan débil que necesita manifestarse, se lucha por algo que crees y
se termina en guerras. Ya lo decía mi abuelo: las guerras son unas trampas que
sólo sirven para matar hombres. A los que nos tocó sabemos lo que se sufre,
pero a vosotros, amante, espero que nunca os lleguen estas cosas. Es triste
tener que ir a trabajar desde los 8 años para que te den de comer… Las guerras
son terribles, terribles, nunca las entenderé, pero te diré lo que aprendí de
mi abuelo: el verdadero creyente no es el que reza más a Dios pidiéndole que no
haya guerras si no el que busca la libertad respetando siempre a los demás.”
Elisa García 2º Eso B
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