18 de enero de 2016

PREMIO CONCURSO DE RELATOS BREVES SOBRE LA ADOLESCENCIA Y EL AMOR DE LAS IV JORNADAS DE ADOLESCENCIA

Nuestra compañera María Hernández ha resultado ganadora en el concurso de relatos sobre la adolescencia convocado por el Ayuntamiento de Calahorra. María resultó también ganadora junto con su equipo el curso pasado en el concurso Reportero Escolar por su artículo sobre la enfermedad de los huesos de cristal. Tenemos toda una periodista en potencia en nuestro instituto.
!!!!!!Nuestra enhorabuena¡¡¡¡¡  - Javier Mármol-

Lee su relato aquí abajo

                                    

                                    ELLA Y ÉL

Ellos se querían, se querían mucho, se amaban. Jóvenes, adolescentes, inocentes, ingenuos.
La historia de amor de estos dos adolescentes fue a mediados de los 80 ¿Recuerdas? Ponte por favor aquellos ojos con los que se miraba la sociedad en aquella época.
Ella de familia humilde, echémosle 14. El de familia acomodada, no os confundáis, no era una familia millonaria, simplemente podían vivir medianamente tranquilos. A él le pondremos 3 más, rozando la mayoría de edad, los 17. Eran unos críos, de la vida sabían poco, de la vida sabían lo que les habían dejado saber. Se conocieron. Si me lo permiten no recuerdo como, pero eso no es lo importante. Qué más da si fueron unos amigos en común, una coincidencia o una noche de fiesta. Lo importante es que acabaron queriéndose, acabaron amándose, acabaron juntos, quizá no acabaron, empezaron, empezaron juntos.
Salían juntos. Ella debía volver pronto a casa, debía volver a casa a las diez. Él no. Él la acompañaba a casa y seguía en la calle, bueno, seguía en los bares. El seguía en los bares y no paraba. Él no paraba.
Pasaron los años y ella volvía pronto a casa y el seguía, seguía y no paraba.  Ella ya tenía los 17. Él 20. Habían compartido tres años, tres años sin haberse juntado como todos lo acaban haciendo. Y lo hicieron, la primera vez. Después de la primera vez nunca se para. Ella se iba pronto, él seguía, no paraba.
La madre de él descubrió que su hijo, aquel crio, tenía lo que los representantes de Dios en la tierra no permitían. No permitían que aquello, aquello que ellos hicieron por primera vez, fuera por diversión, placer o simple amor, aquello solo podía servir para dar más hijos a Dios. Lo descubrió y lo tiró, tiró su escudo, su protección. Sin escudo que los protegiera, después de la primera vez nunca se para, se tiraron de cabeza. Les habían dicho que un coche marcha atrás no atropella, que un coche que recula no puede ser mortal. Pero ese coche atropelló, atropelló sus vidas, atropelló su juventud.
Les insistieron en borrarlo, les insistieron en hacer desaparecer las huellas de su amor, les insistieron para que no tuvieran al pequeño el, o ella. Se negaron a borrarlo, se negaron a hacer desaparecer las huellas de su amor, se negaron a no tener al pequeño él, o ella.
Ella fue la que más difícil lo tuvo, hasta su familia le dio la espalda, por un tiempo, porque la familia es la familia. Pero ella fue la que más difícil lo tuvo. Recordad que era menor de edad, era menor de edad y mujer, además no estaba casada, no tenía pareja a los ojos de Dios.
Los ojos se giraban persiguiendo sus pasos mientras andaba por las calles principales de su ciudad. Hablaban murmuraban y criticaban algo que al parecer era incomprensible. Que dos jóvenes se quisieran y fueran a tener un bebé lo era, porque no estaba casada.
Se casaron  a pesar de que había quien no lo aprobaba, se casaron porque se querían, querían ser una familia. Tuvieron al bebé, el pequeño él, o ella. Fueron una familia, pero ella había vuelto siempre pronto a casa y él había seguido y no había parado, no había parado nunca. Ella no sabía nada. Él no era consciente. La felicidad de ella consistía en ver a sus dos amores juntos, por eso lucho, por eso lucho aun estando sola, porque nadie le ayudó a sacarlo de la bebida.
Él le pedía perdón y le prometía dejarlo. Él le pedía perdón y le prometía dejarlo una y otra vez. Ella le perdonaba. Ella le perdonaba una y otra vez. Mientras él seguía y no paraba, ella no paraba de intentar ayudarlo. Hasta que no pudo más y se separó.
Ella puso fin a su relación y saco adelante a su bebe, quizá él se apartó de lo que más quería porque se dio cuenta de que cerca podía causarles un daño mayor que el que les iba a causar su ausencia, pero si, los quería, el problema fue que no pudo vencer aquello que se había convertido en una enfermedad.
Ella y él no tienen nombres, no tenían nombres, porque pudo ser cualquiera, pudo ser y puede ser. Tal vez ni siquiera haga falta ponerse los ojos de la década de los 80, porque esto puede pasar hoy también, puede pasar y pasa, la diferencia es que hoy creemos que es impensable, creemos que es impensable que los ojos se giren persiguiendo sus pasos, creemos que nuestros ojos no se giraran persiguiendo sus pasos, pero ¿Sabéis qué? No hemos avanzado tanto.

Ellos se querían, se querían mucho, se amaban. Jóvenes, adolescentes, inocentes, ingenuos. Eran unos críos, de la vida sabían poco, de la vida sabían lo que les habían dejado saber.

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