Cuando sonó el teléfono me asusté, llevaba todo el fin de semana esperando la llamada.
Dudé si debería contestar, pero lo acabé
por hacer. No me equivocaba, la respuesta solo fue un grito ahogado, pero me
bastó para saber que era él.
El viernes de esa semana empezó
todo. Mi amiga Silvia me había convencido para ir a esa fiesta justo aquella
mañana. Yo no estaba segura de si era una buena idea, puesto que no conocía al
chico que la organizaba, pero, sin embargo, accedí.
Llevaba toda la tarde preparándome, me había puesto muy guapa, y mi vestido rojo resaltaba mi cara. Silvia pasó a por mí a mi casa. Quince minutos después estábamos en la fiesta.
Todo era muy divertido.
A las cuatro de la mañana me empecé a cansar. Después de
toda la noche bailando, el sueño se apoderaba de mí. Además, había perdido a mi
amiga.
Decidí salir fuera de la casa, el
lugar donde se celebraba la fiesta. Era un lugar enorme, en un barrio muy caro.
En la calle, reinaba el silencio.
Di una vuelta a la manzana y al
girar la esquina, dispuesta para seguir dándolo todo en la fiesta, la vi.
Estaba segura de que era Silvia,
pero no lo podía demostrar.
Llamé a la policía, me
respondieron rápidamente. Les expliqué la situación: Acababa de ver a un hombre
con el cuerpo de una persona muerta metiéndose dentro de una furgoneta. Les
dije la dirección, pero me guardé el dato de quiénes eran, tanto el chico como
la víctima. No pudieron hacer nada, no los encontraron.
Silvia no volvió a aparecer.
El chico tampoco.
Sin embargo, yo sabía que ese
hombre me había visto observándole cuando se metía en el vehículo. Y también
sabía que recibiría noticias de él dentro de poco.
Me pasé el sábado y el domingo en
casa, esperando información, que no llegó hasta pasadas las doce del último día
de la semana.
La llamada.
Esa llamada.
Después de escuchar el grito me
puse a llorar. No sabía qué hacer, no se lo podía decir a nadie. Por no montar
más dramas seguí con mi vida normal. Pero ese chillido no paraba de retumbar en
mi cabeza. No dormí en toda la noche, aunque el lunes si fui a clase. En la
vuelta a casa una persona encapuchada me atrapó, me montó en un coche y me
llevó a un escondido descampado.
El cuerpo de mi amiga estaba ahí,
no lo podía creer. Estaba muerta, muerta en el suelo.
Sentí que desfallecía, mi cuerpo
no se aguantaba en pie.
El encapuchado era el organizador
de la fiesta. Se quitó su capucha, se sacó una pistola del bolsillo y me
disparó.
Caí.
Al momento él hizo lo mismo. Vi
su cuerpo sin vida, me alegré.
Un rato más tarde yo también
respiré por última vez.
La herida del disparo había
acabado por matarme.
Tres cuerpos yacían en el suelo.
Silvia, el hombre y yo.
17, 32 y 16 años respectivamente.
Personas fallecidas de las que
nunca nadie más supo nada.
Mi familia lloró mucho, mi madre
estaba desesperada.
Mi fin había llegado.
Lorena había muerto.
Vega Cordón Ezquerro 2º ESO B
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