6 de marzo de 2024

RELATOS GANADORES DEL CONCURSO LITERARIO DE SAN JUAN BOSCO 23-24

 VALOR EN DESCOMPOSICIÓN


El tiempo pasa excesivamente despacio.

No tenía ni idea de cómo completar mi novela. Cada vez que la leía sentía que no estaba aportando nada nuevo. Todo lo que pienso, imagino y relato eran historias ya contadas, vivencias ya pasadas. Mi mente no tenía espacio para nada más, ya que estaba compuesta por pedacitos de cultura que había ido adquiriendo a lo largo de los años, sin dejar espacio para expandir.

La novela tampoco tenía que ser brillante, al fin y al cabo, era sólo un proyecto escolar que nadie recordaría. Tampoco yo volvería a mencionarlo, por lo que pasaría a ser una de esas vivencias ya pasadas pero, en este caso, enterradas. No podía hacerle justicia a mi pensar. Ya podía visualizar perfectamente lo que iba a ocurrir.

Yo, enfrente de toda la clase, con las manos temblorosas sujetando un papel lleno de tachones y arrugas, reflejando la poca estabilidad puesta en el proyecto. La profesora, mirándome fijamente y, no porque le interese de verdad lo que estoy narrando, sino porque es su trabajo. Posiblemente escuchará el principio, mientras se pierde poco a poco en su mundo durante el desarrollo, para pasar a un despertar casi inmediato mientras doy paso al desenlace.

Finalmente, anotará un número en su libreta. Es increíble lo que conllevan dichos números, aunque todos lo hemos asimilado ya, haciendo que hasta nos sintamos perdidos frente a su carencia. Por otro lado, mis compañeros. Ellos permanecerán en sus sillas. Unos mirándome, aunque su mirar esté traspasando mi figura y llegando a otros rincones que nada tienen que ver con mi lectura; otros haciendo deberes de otras asignaturas (no les culpo, yo a veces también sufro un proceso de deshumanización en el que me convierto en una máquina que sólo busca realizar lo ordenado); hasta llegar a alguno que sí está escuchando, no porque se sientan conmovidos, sino porque buscan razones para sentirse mejor con su propio trabajo, resaltando cada uno de tus fallos y exteriorizándolos a modo de risa, miradas de complicidad o suspiros. Al terminar, todos aplaudirán, lo cual ha perdido totalmente su significado. Es un movimiento automático, sin sentido alguno, casi haciéndolo parecer una invitación a sentarte ya que ya han oído suficiente.

Mucho peso le estoy dando ahora, pero esa reacción ni polvo será. Al llegar a casa no tendré reacción alguna. No hay satisfacción, poniéndola en una vitrina o meramente guardándola con cuidado; pero tampoco hay descontento, no haré el esfuerzo de sacarla de la mochila para romperla o tirarla. Se quedará ahí. Si fuera un ser humano estoy segura de que su pena y lamento serían tan grandes que no moriría por causas de deshidratación, sino ahogada en su propio llanto. No se moverá, no hará ningún ruido. Se perderá en la eternidad física y espiritual, ya que tampoco formará parte del recuerdo de nadie. No será. Su valor no existirá.

Así pasarán los años, llenos de ese tipo de escritos. Ninguno permanecerá. Habrá similitud con mi propia vida. Todo se irá, junto a mi aliento por mucho que yo no quiera. Nadie aquí merece suficientemente la pena como para ser salvado por un ente superior. Ni siquiera nosotros mismos lo haríamos, ya que en el fondo somos conscientes de nuestro valor, el cual lleva siendo un número desde que nacemos hasta que nos pudrimos. Igual que aquella redacción que escribimos en un curso que no volverá a ser mencionado. Descompuesto, sin número, porque eso ya implicaría darle demasiada atención e importancia. No somos nada, y nunca expondré esto con el valor e implicación que encuentro en esos pedacitos de cultura que tengo incrustados. No recitaré poemas como en “El club de los poetas muertos” ni contaré una historia desgarradora desde el corazón aunque tenga consecuencias mortales, como en “Napola”.

No pido vivir una tragedia, pero sí ser capaz de contarla en primera persona, consiguiendo la atención y compasión de todos los que la escuchen. En fin, dudo que mi esfuerzo ante la novela sea apropiadamente juzgado y recompensado, así que la termino como quien vive su vida colgado de la inercia. Todo pasará al igual que lo he redactado, haciendo que este pequeño papel con mis pensamientos sufra el mismo destino. En todo momento estaba en mi casa, y bajé las escaleras, comprobando que todo seguía igual. Nada cambiaría, ni nada haría que cambiara. Tampoco esperaba que lo hiciera, sólo quería continuar paso a paso con el destino que se me había asignado. Siempre me quedaría con ese número, y ya lo había empezado a aceptar. 

 

 

Irune Lorente Alcalde 


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