LA MASA
Patricia Jiménez
Lago
4°B
Odiaba el fútbol
visceralmente. El público vitoreando frenéticamente,
jugadores
sudorosos corriendo y dando patadas a un balón, sin control el
intranquilizante
hecho de que este balón vuele por los aires descontroladamente.
Hasta esta misma
mañana habría apagado el televisor en caso de haberse estado
transmitiendo un
partido de fútbol.
De hecho mis
ojos no daban crédito cuando mi mejor amiga llamó al timbre de
mi casa para
ofrecerme una muy poco pintoresca entra para un partido de
tendría lugar
esa misma tarde.
Mi primera
reacción, como era esperar, fue soltar una sonora carcajada ante
la sonrisa
suplicante de mi amiga. Al parecer ella deseaba ver ese partido y,
desde luego, no
estaba dispuesta a hacerlo sola.
Únicamente en nombre
de la amistad, y en cierta medida gracias a la
insistencia de
mi amiga, accedí a acompañarla. Al fin y al cabo, cerrarse en
banda nunca fue
y nunca será una buena cualidad a mi parecer. La idea de
dejar de lado
mis prejuicios y ver un inofensivo partido de fútbol, incluso
si es por
resignación, por una vez puede ser interesante y hasta
enriquecedor.
Tranquilamente
sentada en una butaca de las gradas con mi persuasiva amiga a
mi izquierda y
un robusto hombre sudoroso y al parecer muy apasionado en lo
que al deporte
se refiere a mi derecha.
En mi mente
repasaba mi convicción de mantener la tranquilidad teniendo en
cuenta la apatía
que siento por este deporte.Y es que no solo no encuentro la
emoción de ver a
unos hombres correr por un campo detrás de un balón, sino
que tampoco me
considero una persona con la paciencia suficiente para
aguantar a tanta
gente armando semejante bullicio. Pero ahora me encuentro en
un no
premeditado proyecto de automejora, así que si estas personas gritando
me van a enseñar
paciencia y autodominio, lo aceptaré.
Tan solo unas
escasas horas antes habría jurado que aquella chica gritando,
silbando y alegrándose
eufórica cuando el balón entró en la portería no se
trataba en
absoluto de mi.
Pero si era yo.
De algún modo a
pesar de que mis aborrecimiento a hacia el fútbol no han
cambiada, tan
solo media hora después de que el partido diera comienzo me
encontraba
formando parte de todo aquél escándalo.
Me encontraba
siendo parte de la masa.
Al llegar a la
tranquilidad de mi hogar y meditar en ello me di cuenta de que
la influencia de
la mayoría de las personas de aquel lugar fue más fuerte que
mis
convicciones. Y es que resulta muy difícil permanecer firme en tus ideas
cuando todo el
mundo a tu alrededor es contrario a ti. A lo mejor subestimé
el poder de masa.