La
verdad es que durante todo mi periodo escolar he oído y he estudiado bastantes
aspectos sobre la guerra civil española, pero ha sido después de leer el libro
“El abismo del olvido” de Paco Roca y Rodrigo Terrasa cuando he sentido la
necesidad de dar voz a mis antepasados, los cuales sufrieron en sus propias
carnes la violencia extrema a la que conducen las guerras, sobre todo, si se
trata de guerras civiles en las que
conciudadanos e incluso miembros de una misma familia luchan e incluso
se matan entre sí.
En
este libro, el autor escribe que “El olvido es el abismo que separa la vida de
la muerte. Según Platón los seres humanos se dividen en dos partes: cuerpo y
alma. El cuerpo es mortal y el alma es eterna. El alma está en la memoria y
solo el olvido acaba con ella. El olvido es la muerte, pero recordar es traer
de vuelta a los que no están, al recordarlos, las almas recuperan la voz para
que sean eternamente recordadas”. Al leer estas palabras, se ha despertado en
mí las ganas de recordar a mis familiares que lucharon e incluso murieron en
este cruento episodio de nuestra historia más reciente.
Nunca me había planteado la
importancia de recuperar las historias de las miles de personas que fueron
vilmente ejecutadas solo por tener unas u otras ideas o simplemente por no caer
bien a los que en ese momento tenían el poder. Alguna vez, había oído que mi
bisabuelo materno luchó en la guerra, que mi abuela nació en el año del hambre
(1941), que mi bisabuelo paterno fue asesinado durante la guerra… pero hasta
ahora consideraba que eso pertenecía al pasado y por ello, ya no merecía la
pena hablar de ello. Sin embargo, tras la lectura de este libro, mi opinión ha
cambiado y ahora considero importante contar todo lo sucedido y dar voz a todos
aquellos que la perdieron tan absurdamente como es el estallido de una guerra
civil.
Comenzaré
hablando de mi bisabuelo Valeriano Gutiérrez Ruiz, que era el hijo mayor de
seis hermanos, tres chicos y tres chicas. En 1935 se casó con mi bisabuela
Benita Garrido Marcilla y en 1936 recibieron la buena noticia de que iban a ser
padres, Benita estaba embarazada de su primera hija y estaban muy contentos e
ilusionados. Pero en julio de ese mismo año, estalló la guerra civil y todo
cambió. Valeriano fue conscripto por el bando nacional y tuvo que abandonar su
casa y su familia. Junto a él, también fueron reclutados sus otros dos
hermanos, Gabino y Jesús, y en ese momento como eran tres soldados los que
aportaba la misma familia, sus padres pudieron elegir a que hijo dejaban en
casa, lo lógico hubiera sido que ellos hubieran escogido a Valeriano dado que
en breve sería padre, su hija nació el 2 de octubre de 1936, pero en esta
ocasión fueron egoístas y eligieron a Gabino que vivía con ellos en casa para
que les ayudara con las faenas del campo.
Así que mi bisabuelo luchó durante tres largos años en este horrible conflicto y no conoció a su hija Pilar hasta que no terminó la guerra. Valeriano era un hombre jovial, risueño, bromista, lleno de sueños… pero tras esta durísima experiencia, regresó un hombre distinto, malhumorado, tristón, taciturno… nunca volvió a ser el mismo. Había perdido mucho peso y estaba lleno de piojos y chinches. Tuvieron que raparle el pelo al cero para terminar con los piojos y quemar la ropa para poder acabar con los chinches, tenía numerosas heridas físicas que tardaron en curar, pero lo peor de todo fue la cicatriz psicológica que le dejó las duras vivencias experimentadas, las cuales lo atormentaron durante años y que muchas veces no lo dejaron dormir. Su hija Pilar, que durante todo este tiempo nunca había visto a su padre ni a ningún hombre, lloró al verlo y tardó mucho tiempo en aceptar que ese desconocido, en realidad, era su padre.
Mi bisabuelo nunca quiso hablar de lo que había vivido y visto durante esos tres largos años y si veía en la televisión algún reportaje, película, noticia… relacionada con la guerra, se levantaba y apagaba la televisión mientras decía que él ya había tenido guerra para el resto de su vida. Poco después de su regreso, Benita volvió a quedarse embarazada y en abril de 1941, nació su segunda hija, Gloria, mi abuela y la persona que me ha contado todo lo que estoy escribiendo. Pese a que ella era muy pequeña, recuerda a la perfección la cartilla de racionamiento con la que tenían que ir a comprar el pan, el azúcar, la harina, el arroz o el aceite y como la gente pudiente compraba productos como el aceite de oliva, huevos, pan blanco, chocolate o café de estraperlo y pagaban por ellos dos veces o incluso hasta tres veces su valor real en el mercado. Fueron tiempos muy duros en los que pasaron hambre y mucho frío, sobre todo en los largos inviernos que por esos años había en esta zona, ya que no había calefacción en las casas y la ropa de abrigo tampoco protegía mucho ya que no era de buena calidad o estaba muy vieja y ya no resguardaba del frío.
Mi abuela Gloria también me ha contado que durante la guerra civil un primo de su padre Valeriano, Román Gutiérrez, tuvo que permanecer durante casi 40 años escondido para no ser fusilado. Un día, los falangistas estaban preparando una saca en Calahorra y fueron a casa de los padres de Román, se lo llevaron a la fuerza y lo subieron en un camión con otros tantos hombres. Al llegar al puente de la Catedral, Román se tiró del camión. En ese momento, no se percataron de ello, pero al ir a ejecutarlos, se dieron cuenta de que faltaba Román y volvieron a su casa para buscarlo de nuevo. A sus padres le dieron una paliza para que confesara donde estaba su hijo: al padre le pegaron con una estaca y a su madre le cortaron el pelo y le obligaron a tomar aceite de ricino, pero nunca confesaron el escondite de Román. Durante años, sufrieron visitas inesperadas para intentar averiguar dónde estaba Román escondido, pero nunca lo encontraron. La verdad es que mi abuela tampoco supo nunca donde estuvo escondido durante todo ese tiempo. Ella cree que realmente estaba en su casa, pero por más registros que hicieron, nunca lo atraparon. Solo cuando terminó la dictadura, Román pudo salir de su escondite y empezar a llevar una vida normal y, lo logró ya que finalmente, se casó y tuvo dos hijos.
Por otro lado, mi padre me ha contado alguna vez que a su abuelo y a su tío los habían matado en la guerra civil pero que no sabía mucho de esta historia porque esto sucedió cuando su madre tan solo tenía cinco años y no se recordaban mucho datos de ello. Así que dispuesto a darles voz, esto es lo que he investigado y he averiguado tras la lectura de los libros “Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936” de Jesús Vicente Aguirre González y “Volver a casa. Exhumaciones de víctimas de la Guerra 1936-1939 en La Rioja” de Carlos Muntión Hernáez, Jesús Vicente Aguirre González, Emilio Barco Royo, José M.ª Lander Fernández y Tomás Llanos Justa, además de consultar varias páginas web.
Mi bisabuelo paterno se llamaba Valeriano Ezquerro Fernández, igual que mi otro bisabuelo, ¡qué coincidencia!, se casó con Juliana San Juan Ciordia y tuvieron seis hijos: Félix, Raquel, Onofre, Asunción, Blanca y Sara (mi abuela), ambos eran naturales de Ausejo, La Rioja. Valeriano era zapatero y electricista, además de ser una de las primeras personas de este pueblo en cultivar champiñón, algo por lo que años después es conocido Ausejo ya que es una de las localidades, junto con Pradejón y Autol, que se dedica a la producción de seta y champiñón en nuestra comunidad autónoma. Tenía 46 años en el momento de su ejecución. Félix era hijo de Valeriano y Juliana. Era electricista como su padre y músico, tocaba muy bien el violín y tenía un “Stradivarius”. Estaba soltero y tenía 20 años cuando lo asesinaron.
Valeriano era republicano radical socialista y más tarde fue de Izquierda Republicana. En abril de 1933, hubo elecciones en Ausejo y Valeriano fue elegido concejal y formó parte de la Junta local de enseñanza primaria. En marzo de 1934 fue destituido de su puesto junto con otros tres concejales para volver al ayuntamiento, nuevamente como concejal, en marzo de 1936. Entre todos los concejales constituyeron una Gestora que presidió Jesús Merino Muro.
Poco
antes de las elecciones de febrero de 1936, Ausejo recibió la visita de varios
políticos y oradores. Por ello el Ideal Cinema se llenó para escuchar al
comunista logroñés Fortunato Vicente, al republicano Domingo Martínez Moreno, a
la tabaquera Luisa Marín y al socialista Antonio García Rincón. La presentación
del acto corrió a cargo de mi bisabuelo Valeriano Ezquerro, y tristemente los
cinco oradores fueron asesinados tan solo unos meses después.
El 2 de marzo de 1936, el alcalde Merino presentó a votación un escrito dirigido al párroco Honorio Rioja por el que se prohibía el toque de campanas en todos los actos religiosos o no religiosos ya que hacían mucho ruido y molestaban al vecindario. Este escrito fue aprobado con los votos de varios concejales, entre ellos Valeriano, aunque cuatro de ellos votaron en contra para posteriormente presentar su dimisión entre el 5 y el 8 de marzo. El Ayuntamiento aseguró que había presentado este escrito al párroco porque así lo habían pedido multitud de vecinos del pueblo. El 11 de marzo, el gobernador designó a otros cuatro concejales para sustituir a los que habían presentado su dimisión. Todos eran de Izquierda Republicana y entre ellos se encontraba, José San Juan Ciordia, hermano de mi bisabuela Juliana y, por tanto, cuñado de Valeriano. El 18 de abril, el alcalde se quejó ante el Gobernador Civil, una vez más, de la actitud del párroco que se dedicaba constantemente a la propaganda política en los Centros Católicos, o sea, en la Iglesia Parroquial.
En
general, el pueblo recibió con alborozo la República porque había leyes más
ventajosas para la mayoría, por ejemplo, crearon una cantina municipal para dar
de comer a 25 niños y otras 25 niñas que estaban habitualmente mal alimentados,
pero perjudiciales para los que siempre habían tenido el poder y los
privilegios. Por ello, los que más se opusieron fueron: los monárquicos ya que
veían peligrar sus tierras, los militares africanistas porque no tenían guerras
para poder ascender y la iglesia que veía como todos sus privilegios
desaparecían: escuela pública, sin crucifijos… poco a poco la tensión entre
ambos bandos iba en aumento y los extremistas de ambos lados aumentaban las
provocaciones.
El 29 de junio el altar mayor de la iglesia parroquial de Santa María fue quemado y anteriormente, en la noche del 6 al 7 de abril, también había sido incendiada la ermita La Antigua.
El
19 de julio las columnas de requetés y falangistas inundaron Ausejo de boinas
rojas y camisas azules. La sesión plenaria del 22 de julio aún la presidió el
alcalde Jesús Merino Muro con asistencia de Pedro Preciado Espinosa a quien se
nombró nuevo alcalde presidente con poderes para renovar la corporación.
Firmaron todos los gestores, entre ellos Valeriano Ezquerro y José San Juan. El
día 25 de julio ya se produjo la primera ejecución de Blas Ezquerro Heras en la
ermita, junto al lavadero.
En la tarde del 4 de agosto apareció en Ausejo “el Chato de Ribafrecha” y se juntó con varios falangistas del pueblo en el café de la Unión. Ordenaron al alguacil, Pío Ramírez San Juan que fuera a la eras y comunicara a los acusados, 14 personas, que debían presentarse en el Ayuntamiento. Si el alguacil se encontraba con alguien de camino, solía comentar en voz alta lo que iba a hacer para que de este modo si alguien oía su nombre pudiera escapar y así él no tenía que llevárselo a la fuerza. Entre los catorce estaban: mi bisabuelo Valeriano Ezquerro Fernández, su hijo Félix Ezquerro San Juan y su cuñado José San Juan Ciordia (era agricultor, estaba casado y tenía cinco hijos, fue fusilado con 39 años). Fueron acusados de los incendios y de esmochar unas viñas mandados por uno de la CNT. Nadie pudo parar esa injusticia, ni tan siquiera el alcalde, y el cura ni lo intentó. Por ello, en la noche del 4 al 5 de agosto, conocida posteriormente como “la noche de los catorce” se llevó a cabo el asesinato de estos 14 inocentes.
Según
el padre de Alberto y Valeriano Gil Pérez, quien estaba con sus dos hijos en la
era cuando el alguacil fue a decirles que tenían que ir al Ayuntamiento, todo
sucedió así. El padre decidió acompañar a sus dos hijos, pero no le dejaron
entrar y permaneció en el pasillo. Dentro había mucha gente: las víctimas,
curas, falangistas… Nada más entrar, los detenidos fueron atados de pies y
manos y los mataron dándoles golpes con estacas de monte. El padre oía decir
“qué costillas más duras” y “no hemos sido nosotros, buscad declaraciones y
testigos”. Después le dejaron pasar y le hicieron caminar tres veces por encima
de los muertos. A él no lo mataron porque el alcalde dijo que ya tenía
suficiente castigo con ver a sus dos hijos muertos y lo mandaron para casa, de
este modo pudo contar todo lo sucedido ese día. En el Ayuntamiento estaban los
catorce muertos, así que entre dos cogieron los cadáveres, uno de los brazos y
otro de las piernas y los echaron desde el balcón del Ayuntamiento a la
camioneta que estaba tres metros más abajo como si fueran sacos de basura.
Mientras los iban tirando, les daban un tiro de gracia por si todavía alguno
estaba vivo. Entre los asesinados, también estaba una mujer, Felipa Martínez
González, que estaba embarazada y dicen que, al tirarla al camión le salió el
hijo reventado. Los cuerpos fueron arrojados en la cuesta de la Gata, término
de Calahorra.
En
lo personal, diré que mi abuela Sara, hija de Valeriano, hermana de Félix y
sobrina de José, murió cuando yo tenía ocho años, pero aun así recuerdo los
pocos datos que conocía sobre la muerte de su padre, de su hermano y de su tío.
Yo creo sinceramente que mi abuela Sara fue víctima de la desmemoria, o más
bien del miedo, que su madre Juliana tuvo tras la muerte de tanto ser querido
en un mismo día. La bisabuela Juliana, a partir de aquella maldita noche, 5 de
agosto de 1936, vistió de luto para el resto de su vida y se pasó el día
llorando y suspirando hasta que murió en 1977. Si alguna vez mi abuela
preguntaba por su padre, su madre solo le decía que era muy bueno y que lo
habían asesinado por envidia ya que había comenzado con el cultivo del champiñón
y le habían acusado de traer bombas desde Francia ocultas en la simiente del
champiñón. Además, ella recordaba que su padre era el encargado de dar la luz
al pueblo y que su hermano era un chico muy inteligente al que le encantaba
tocar el violín. También hay que tener en cuenta que mi abuela era muy pequeña
cuando su padre fue asesinado, tan solo tenía cinco años, pero ella nunca supo
que su padre había sido concejal y por ello, mi padre tampoco lo sabía, por lo
tanto, es algo que he descubierto al investigar sobre mis antepasados. Mi
abuela también me contó en alguna ocasión, que después de la muerte de su padre
y hermano, les quitaron muchas de las posesiones que tenían y que a veces les
hacían burla y venían a venderles insignias de la falange. También, gracias a
este trabajo, he averiguado que mi bisabuelo Valeriano en realidad fue criado
por unos señores, y no por sus verdaderos padres que eran zapateros. Estos
señores tenían hijos con los que Valeriano convivió como si fuesen hermanos o
primos, y eso lo demuestra que así se llamaban entre ellos, y justamente uno de
ellos es el que luego le denunció, fue el chivato que ocasionó su muerte y la
de otras trece víctimas más.
En
principio, se creyó que Valeriano y su hijo fueron enterrados juntos en un saca
cerca de Calahorra, pero más tarde se descubrió que Félix fue enterrado en
Tudelilla y su padre en Calahorra con el resto de los ejecutados ese día. Mi
bisabuela nunca quiso saber nada y nunca contó a sus hijos nada más allá de que
habían sido asesinados durante la guerra civil pero, en mi opinión, muchos
hombres y mujeres no solo fueron asesinados por su ideología, sino que también
hubo mucha gente que murió por envidia de los trabajos o de la posición social,
o por si era más guapo o afortunado … yo creo que la guerra civil, a veces, fue
una excusa para deshacerse de todos los que a los que tenían el poder en ese
momento les caían mal por la causa que fuera.
Para
terminar, diré que me parece de suma importancia recuperar los cuerpos y la
historias de las personas asesinadas durante la guerra civil ya que es una
manera de honrar la memoria de los fallecidos y a la vez, sirve para cerrar las
heridas emocionales en las familias afectadas, ya que proporciona un sentido de
justicia y reconciliación histórica al permitir que todas las víctimas, sean
del bando que sean, reciban un entierro
adecuado y que sus seres queridos encuentren un espacio para el duelo y
la despedida. La falta de conocimiento sobre el paradero de los seres queridos
puede causar un profundo sufrimiento psicológico en las familias, que a menudo
no pueden completar el proceso del duelo sin una despedida adecuada de sus
seres queridos.
Además,
la recuperación de los cuerpos de las víctimas contribuye a la reconstrucción
de la verdad histórica y ayuda a evitar que las atrocidades del pasado caigan
en el abismo del olvido. También puede ayudar a consolidar la democracia y a
construir puentes hacia un futuro en el que prevalezca la paz y el respeto
mutuo, por tanto, creo que es de vital importancia recuperar los cuerpos para
de esta manera dar voz a todas esas personas a la que silenciaron tal
injustamente para que no caigan en el abismo del olvido.
David Losantos – 2º Bach.