Había una vez, un mundo del revés, en el que nada era lo
que parecía, o casi nada. Los atardeceres eran por la
mañana y eran de color blanco, y los amaneceres, cuando
uno se acostaba, en vez de ser una mezcla de amarillo y
rosa, eran negros como el tizón. Se podría decir que sus
habitantes eran felices, pero estaríamos cometiendo un
grave error al hacerlo. En este mundo vivían todo tipo de
seres, árboles, personas y cualquier cosa que te pudieras
imaginar. Yo vivía ahí, era uno de los muchos hombres
que trabajaban en la fábrica de cerillas de Marta Hudson,
la mujer blanca más rica de todo el hemisferio sur. Mi
vida era bastante normal, me levantaba antes del
atardecer, hacía el desayuno e iba andando al trabajo,
normalmente muy abrigado, aún si era verano, no quería
que me dijeran nada, quién sabe si cualquier día una
mujer me veía ahí indefenso con poca ropa y camino de mi
trabajo, y solo ella sabe lo que podría pasarme.
En cuanto a los fines de semana, me levantaba un poco
antes e iba a la Iglesia. Yo era cristiano, como más del 80%
de los habitantes de mi mundo, fieles a una sola diosa
llamada Anna, a la que llamábamos simplemente “Ella”.
Supongo que en vuestro mundo será igual, así que no
quiero aburriros más con el tema de la religión, os sabréis
de memoria lo de que los hombres salimos de la costilla
de Eva, que nos comimos la fruta del árbol prohibido y
todo eso.
Mi vida era igual que la de cualquier otro hombre,
hacíamos lo que podíamos con lo que teníamos (y se nos
permitía hacer, claro), tampoco ganábamos demasiado,
como debía de ser, porque está claro que, aunque me
cueste admitirlo, no merezco ser pagado lo mismo que
una mujer que realiza mí mismo trabajo, por favor, todo
el mundo sabe eso. Además, como iban a darme los
mismos trabajos que a ellas si no fui los suficientemente
listo para entrar en la Universidad “mixta” de Patricia
Mayer, la más barata a de la comarca.
Dejando de un lado mi trabajo tampoco me podía quejar,
podíamos votar, tener pertenencias, opinión (una poca),
quién quiere mas que eso. Un día, después de salir de mi
compra semanal, me choqué con una mujer y su grupo de
amigas, me miraron y me persiguieron hasta
encontrarme. Después de eso, no recuerdo nada más,
pero no es eso lo importante, ya que, al fin y al cabo era
de noche e iba muy fresca, ya se olía lo que me iba a
pasar, lo importante fue que oí algo, parecido a una
alarma, era un teléfono.
Cuando sonó el teléfono me asusté y abrí los ojos. Me
encontraba en una extraña habitación, muy iluminada,
con bastantes fotos en las que se me veía a mí y a lo que
parecía mi familia. Salí a la calle y era todo rarísimo e
inimaginable, del revés a mi mundo.
Y esta es la historia de como acabé aquí, en lo que
vosotros llamáis Tierra. No se aún como, ni por qué, pero
por lo menos aquí soy yo el jefe de la fábrica de cerillas.
Edurne López 3ºB
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