Cuando Shalley se dio cuenta era demasiado tarde.
Aunque su padre hubiera querido que fuera la típica “princesita” de cuentos, ella…, no lo veía así.
Desde niña, a Shalley nunca le dejaron hacer nada que no estuviera en los estándares de una dama de clase alta. Ella siempre tenía que seguir con las normas que le habían impuesto: que si tenía que saber cómo comportarse, que si no podía jugar con sus amigos, …, en fin, no podía hacer nada. Pero este no es el punto, sus objetivos en la vida habían sido impuestos por gente de cincuenta años que solo discutía de política sin llegar a un lugar claro.
Y aunque Shalley podría haber simplemente leído y acatado “Las normas de conducta para jóvenes y futuras damas”, no lo hizo; no porque no podía, sino porque no quería. Ella ya tenía en mente su “Plan de fuga del castillo morboso”. Solamente le faltaba una semana para fugarse cuando…
¡Su padre le impuso matrimonio con el heredero Duque de Amsttrich!
— Como ya cumpliste la mayoría de edad, la semana que viene viajaremos a Amsttrich para conocer a tu futuro marido — dijo el padre de Shalley muy confiado de su decisión. — ¡No podría estar más orgulloso de mi hija! — exclamó tras haber dado la noticia.
— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo que me voy a casar con el heredero Duque de Amsttrich?! Papá, ya sabes lo desalmado que es ese chico, se dice de él que estuvo con cinco chicas antes que yo, ¡y esas chicas terminaron desapareciendo sin saber quién fue el culpable! — grita histérica Shalley al enterarse de todo.
— ¡Tonterías y chismes sin propósito ni gracia!, ya he hablado con su padre, el Duque de Amsttrich y está todo acordado. ¡La semana que viene lo conoces! — exclamó alegremente el padre de Shalley.
Y así es como, aunque parecía un lunes como otro cualquiera, Shalley se comprometió con el príncipe heredero y todo su gran plan fue arruinado.
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